La audición constituye los procesos
psicofisiológicos que proporcionan al ser humano la capacidad de oír.
La percepción de las ondas sonoras que se propagan por el
espacio, es recibido en primer lugar, por nuestras orejas, que las transmiten
por los conductos auditivos externos hasta que chocan con el tímpano,
haciéndolo vibrar. Estas vibraciones generan movimientos oscilantes en la
cadena de huesecillos del oído medio (martillo, yunque y estribo), los que son
conducidos hasta el oído interno. Aquí las ondas mueven los cilios de las
células nerviosas del caracol que, a su vez, estimulan las terminaciones
nerviosas del nervio auditivo. Este transfiere la información al lóbulo
temporal donde se descifra la información auditiva y se gestiona su memoria.
El cerebro recibe patrones que contienen la información
característica de cada sonido y los compara con otros almacenados en la memoria (la experiencia pasada) para poder identificarlos. Aunque
la información recibida no se corresponda con la información que la memoria
tiene almacenada, el cerebro intentará igualmente adaptarla a algún patrón que
le sea conocido, al que considere que más se le parece. Si es imposible
encontrar algún patrón que se asemeje a la información recibida, el cerebro
tiene dos opciones: lo desecha o lo almacena. Si lo almacena, lo convierte en
un nuevo patrón susceptible de ser comparado.
De las características que posee el sonido, la amplitud se relaciona psicológicamente con la sonoridad. Dado
que el número de sonidos diferentes que puede oír el ser
humano es
muy grande, se utiliza una escala logarítmica de presiones llamada de decibelios que abrevia la inmensidad de valores posibles. Los sonidos percibidos por el humano oscilan entre 20-200 dcbelios.