incluso adecuada socialmente, a otro extremo en el que se situarían los que presentan síntomas más severos y que pueden desembocar en una fobia social.
El punto de corte entre la normalidad y la patología nos la debe dar el grado de incapacitación que ocasiona. Cuando la timidez interfiere negativamente con el funcionamiento cotidiano, produciendo incapacitación para desenvolverse con éxito en el terreno académico o social y ésta situación se mantiene en el tiempo, es cuando hemos cruzado el terreno de lo clínico.
Es importante efectuar una distinción entre el niño tímido o retraído y el niño triste y deprimido. En el primer caso el niño tiene un funcionamiento “normal” en todas las actividades salvo en aquellas que implican la exposición a las situaciones temidas. Por su parte el niño deprimido presenta un patrón constante en todas las situaciones caracterizado por escaso interés y capacidad de disfrutar así como apatía, irritabilidad, pérdida de energía, sentimientos de inutilidad, etc... Aunque ambos conceptos se solapan, conviene tener claro los límites de cada uno de ellos, sin olvidar que un niño tímido, que sufre en exceso, puede convertirse en un niño deprimido.
causas
no hay datos concluyentes al respecto, probable mezcla de los siguientes factores:
- Predisposición genética
- Factores ambientales
- Apego mal establecido
Es fundamental, en la educación del niño, proporcionarle una cierta seguridad afectiva (que no de sobre-protección) para que pueda construir su personalidad sobre una plataforma más sólida. Si el niño percibe, desde edades muy tempranas, que sus padres están a su lado (no para concederle todos los caprichos, sino para ayudarle en el sentido más amplio) crecerá con mayor seguridad, autonomía y podrá establecer unas relaciones más seguras con el mundo externo
- Interacción social
- Enfermedad orgánica
Consejos para el manejo de estos niños
El niño tímido no lo es por capricho o mala educación. Detrás suele haber sufrimiento emocional y sentimientos de ser diferente.
Es importante no forzar nunca al niño ante situaciones nuevas. Primero hay que consolidar las que ya ha asumido con éxito.
No ridicularizarlo ni hacerle sentir diferente a los demás. No compararlo peyorativamente con otros niños. Lo que a él le sucede le pasa a mucha gente.
El niño debe saber que conocemos y comprendemos su problema y estamos dispuestos a ayudarle incondicionalmente.
Darle confianza y tiempo. Motivarlo a que vaya superando, conforme a su edad, nuevos retos pero sin agobiarle. Cada niño tiene sus propias estrategias para afrontar las situaciones estresantes y debemos potenciarle las que consideremos adecuadas.
Tratar el problema con naturalidad sin que vea en los padres una preocupación excesiva, eso podría suponer una carga adicional.
Vigilar y corregir (sin reprimendas) las verbalizaciones irracionales o exageradas (por ejemplo: "soy un inutil"; "nunca podré tener amigos"; "si me hacen hablar me desmayaré". Según la edad del niño se pude reflexionar acerca de estas ideas fatalistas.
Buscar un amigo (de su misma edad) de confianza para que le sirva de modelo puede resultar útil como parte de la estrategia de tratamiento.
La timidez no es una "enfermedad" sino una característica de nuestra personalidad. Un pequeño nivel de timidez puede ser incluso positivo, no obstante, cuando adquiere unos niveles que resultan molestos o incapacitantes para el niño que lo sufre hay que buscar ayuda profesional y actuar.
La timidez en niños debe ser contemplada dentro del curso evolutivo de los mismos. Hay etapas en las que el ser humano está más predispuesto (adolescencia) y se hace más evidente. Normalmente el que ha nacido tímido lo será toda la vida, sin embargo, con el aprendizaje de ciertas herramientas psicológicas, podrá ser más eficiente en sus relaciones interpersonales y, por tanto, gozar de una mejor salud emocional.