Dificultades para aguardar el turno en los juegos.
Mal perder. No soporta que le ganen.
Interrumpir o estorbar a los demás.
Baja tolerancia a la frustración.
Poco autocontrol.
Desobediencia, negativismo.
El niño reconoce su problema pero no puede controlarlo y reincide.
Puede involucrarse en actividades físicas peligrosas sin valorar sus consecuencias.
En niños pequeños se dan fuertes rabietas incontroladas.
La impulsividad como rasgo de temperamento
puede deberse, en parte, a predisposiciones genéticas pero la propia
experiencia vital del niño y las condiciones de su entorno determinarán,
la intensidad, frecuencia y forma en la que finalmente se expresa. Un
ambiente familiar tranquilo y colaborador es el mejor aliado para
corregir conductas.
El niño tiene dificultades para
regular su estado de activación. Una vez
activados (descargas hormonales conjuntamente con emociones intensas de
frustración) tienen que efectuar alguna acción para manejarlas (rabietas, huída,
agresión, lanzamiento objetos, etc.). Tener en cuenta que puede
suceder que estos episodios se refuercen si con ello el niño consigue lo
que quiere y, por tanto, puede aprender a manipularnos a través de
ellos.
Estrategias
El niño debe aprender, aunque aceptemos el hecho de que tiene
dificultades para controlarse, que sus actos tienen consecuencias. Por
ello deberemos ser capaces de marcar unas consecuencias inmediatas
(retirada de privilegios, retirada de atención, castigo,
etc.). Por ejemplo si ha lanzado objetos, deberá recogerlos y colocarlos
en su lugar; si ha insultado deberá pedir disculpas, etc. Deberemos
esperar a que se tranquilice para aplicar las contingencias
marcadas.
Es muy importante que cuando se produzca un episodio de impulsividad
extrema (rabieta, insultos, etc.) los padres mantengan la calma. Nunca es aconsejable intentar chillar más que él o
intentar razonarle nada en esos momentos. Esto complicaría las cosas.
Tenemos que mostrarnos serenos y tranquilos pero, a la vez contundentes y
decididos.
No entrar en más discusiones o razonamientos en el momento de activación por parte del niño.
Nunca decirle que es malo sino que se ha portado mal.
Tampoco hay que compararlo con otros niños que son más tranquilos y se
portan bien.
Estos niños requieren también que les expliquemos qué es lo que les pasa
y qué puede hacer. Las reflexiones
sobre los hechos nunca deben ser hechas en caliente sino en frío cuando
las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es por la noche antes
de acostarse.
Para
los más pequeños (hasta 5 o 6 años) ante las manifestaciones impulsivas
(rabietas, gritos, lloros, etc.) deberemos aplicar la retirada de
atención física y afectiva, y, si
procede (según intensidad o características del episodio), aplicar algún
correctivo.
No basta con saber establecer límites o castigar, deberemos
completar el trabajo con ejercicios de de vinculación afectiva como
leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación por la noche antes de
dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar con ellos y
analizar lo que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y
capacidad del niño. A los más pequeños les costará entender los
razonamientos basados en la lógica o moral adulta, por tanto, evitar
excesivas explicaciones.