PATRONES DE ACEPTACION DE LOS ALIMENTOS EN LA INFANCIA
Los seres humanos necesitan una variedad de alimentos para obtener una nutrición adecuada. Para llegar a esta variedad de alimentos está la capacidad para adaptarse y consumir cualquier sustancia comestible disponible en su entorno. Esta adaptabilidad implica que el aprendizaje y la experiencia ocupan papeles decisivos a la hora de conseguir una adecuada adaptación al consumo de una alimentación variada.
En los adultos, las dietas varían extraordinariamente según las distintas culturas, pero todos los recién nacidos inician su vida con la misma dieta láctea. Es a partir de abandonar esta dieta láctea, cuando empiezan a establecerse las preferencias por los sabores, siendo, por tanto, los primeros años de vida fundamentales a la hora de establecer buenos hábitos que perduren para el resto de la vida del individuo. La aceptación de un alimento viene determinada por las experiencias tenidas durante el aprendizaje, las asociaciones entre los alimentos y el contexto y las consecuencias del acto del comer (entre estas: la saciedad, el hambre o las náuseas).

Preferencias y Aversiones alimentarias
Una de las guías que tenemos los padres es observar las caras que ponen los bebés ante las comidas. El sabor dulce provoca placer, mientras que el ácido y el amargo provocan un claro rechazo. A partir de los 4 meses, el salado empieza a ser aceptado.
Estas respuestas tempranas “innatas” son respuestas no aprendidas a los sabores básicos, pero la aceptación de un alimento depende no solo del gusto, sino del olfato, la vista, la textura e incluso de la temperatura. Por eso se considera como factor clave en la aceptación o el rechazo de los alimentos como sean las primeras experiencias ante su consumo. Pero no el definitivo: La familiaridad ante un alimento, fruto de las experiencias acumuladas, favorece la aceptación de un alimento en particular.
Un hecho que parece claro es que los alimentos inicialmente rechazados por el niño, acaban por ser aceptados si éste dispone de muchas oportunidades para probarlos en condiciones favorables. Esta aceptación puede requerir tiempo y paciencia, pudiendo requerir entre 8 y 10 exposiciones a ese alimento determinado para que sea aceptado. Si los padres interpretan ese rechazo como algo fijo, la aversión será casi definitiva. Por eso se recomienza, ante un rechazo inicial, dejar de presentar ese alimento durante unos días, y volver a presentarlo con alguna modificación.
Una situación favorable para la experiencia del niño es comer acompañado con uno o más miembros de la familia, ya que el ambiente y la imitación favorece la adquisición de buenos hábitos.
Algo que hay que evitar es la alimentación coercitiva. Obligar al niño a comer algo nuevo es estar abocado al fracaso. Otra arma de doble filo puede ser la de utilizar los postres (dulces) como premio si se toman el plato rechazado.
La aversión a un alimento se puede prolongar en los casos en que tras su ingestión se han producido reacciones negativas, como náuseas y vómitos.
Los trabajos existentes en la literatura sobre el desarrollo del niño señalan la existencia de relaciones sistemáticas entre los estilos de los padres y el comportamiento del niño. En general, un control demasiado restrictivo y rígido por parte de los padres tiende a impedir la capacidad del niño para la autorregulación. Por el contrario, conductas más abiertas por parte de los padres fomentan el desarrollo de la autoestima y del autocontrol de los niños.




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